A lo largo del último siglo, la humanidad no ha dejado de reinventar lo que significa un ordenador.
Hemos pasado de las inmensas máquinas de mediados del siglo XX —diseñadas para la navegación de cohetes— a los mainframes empresariales de IBM, la generalización del ordenador personal gracias a Microsoft y Apple, y finalmente a la era en la que llevar un smartphone en el bolsillo equivale a tener capacidad informática en cualquier momento y lugar.
Cada avance en la potencia de cálculo ha transformado de raíz la forma en que las personas se relacionan con el mundo.
En 2013, Vitalik Buterin, con tan solo 19 años, tuvo una revelación jugando a World of Warcraft: tras un nerfeo arbitrario de Blizzard a la clase brujo, Vitalik empezó a cuestionar seriamente quién tiene la autoridad, en el mundo digital, para cambiar las reglas a su antojo.
¿Y si existiera un “ordenador mundial”, sin dueño ni autoridad única, abierto para que cualquiera lo use—podría ese concepto marcar el próximo salto en la evolución de la informática?
El 30 de julio de 2015, en una modesta oficina de Berlín, varias decenas de jóvenes desarrolladores observaban expectantes el contador de bloques. Cuando alcanzó el bloque 1.028.201, la red principal de Ethereum se puso en marcha de forma automática.
Como recordaría Vitalik: “Estábamos todos ahí esperando, y cuando llegó el número, apenas medio minuto después, empezaron a generarse nuevos bloques.”
En ese instante se encendió la chispa del ordenador mundial.
Entonces, Ethereum contaba con menos de cien desarrolladores. Por primera vez, los contratos inteligentes se programaban en una blockchain, ofreciendo una plataforma Turing completa y convirtiendo la blockchain en un ordenador público global capaz de ejecutar cualquier aplicación.
Ese nuevo ordenador mundial afrontó enseguida su primera gran prueba.
En junio de 2016, The DAO —una organización autónoma descentralizada construida sobre Ethereum— fue víctima de un hackeo por una vulnerabilidad en su contrato inteligente, perdiéndose entre 50 y 60 millones de dólares en ETH. La comunidad debatió intensamente si era legítimo “revertir la blockchain”. Finalmente, un hard fork permitió recuperar los fondos pero dividió la red, dando lugar a Ethereum Classic.
Aquello puso la gobernanza en el centro del debate: ¿el ordenador mundial debía ser inmutable o corregir errores para proteger a los usuarios?
El boom de las ICO de 2017–2018 llevó a Ethereum a cotas nunca vistas, con proyectos que recaudaron decenas de miles de millones en ventas de tokens y el precio de ETH disparado. Pero al estallar la burbuja, llegó la caída: a finales de 2018, ETH había caído más de un 90 % desde su máximo, con congestión en la red y elevadas tasas de gas que generaron duras críticas. En esta etapa, la fiebre de CryptoKitties estuvo a punto de colapsar la red principal, evidenciando, por primera vez, los límites de capacidad del ordenador mundial.
Para superar esos cuellos de botella, la comunidad de Ethereum comenzó ya en 2015 a investigar soluciones de sharding en la propia cadena, dividiendo la validación de los nodos para mejorar el rendimiento. Pero el sharding demostró ser técnicamente muy complejo y avanzó lento, por lo que los desarrolladores exploraron también estrategias de escalado fuera de la cadena—desde los canales de estado y Plasma hasta los rollups, que despuntaron en 2019. Los rollups aumentaron notablemente la capacidad de procesamiento al agrupar muchas transacciones y remitirlas para verificación a la red principal, aunque dependen de ésta para la disponibilidad de los datos. Hacia 2019, Ethereum logró avances decisivos en este ámbito, resolviendo el reto de verificar datos a gran escala.
Estas innovaciones permitieron a Ethereum evolucionar hacia un modelo de seguridad de mainnet y ejecución en capa 2, fragmentando el ordenador mundial en un sistema colaborativo con múltiples capas.
En los años siguientes, el boom de DeFi disparó los préstamos, operaciones y derivados descentralizados en Ethereum. El auge de los NFT hizo que el arte digital acaparara el protagonismo, como demostró la venta de una obra de Beeple por 69 millones de dólares en Christie’s. Aunque la actividad no dejó de crecer, las comisiones de gas seguían siendo elevadas. Sin embargo, las mejoras del protocolo empezaron a atacar el problema. En agosto de 2021, la EIP-1559 implantó la quema de la comisión base en cada transacción, reduciendo la presión inflacionista en épocas de alta demanda. Durante ciertos intervalos del mercado alcista 2021–2022, esta reforma convirtió a ETH en activo netamente deflacionario, elevando su precio hasta casi 4.900 dólares.
El 15 de septiembre de 2022, The Merge cambió la fuente energética de la red del costoso PoW al modelo PoS, recortando el consumo eléctrico un 99 %, la emisión de nuevos ETH un 90 % y permitiendo que los poseedores de ETH hicieran staking y colaboraran en la seguridad de la red. El sistema energético del ordenador mundial quedó totalmente transformado.
Un año después de The Merge, la oferta neta de Ethereum se había reducido en torno a 300.000 ETH—una reversión rotunda respecto a la inflación que se habría generado con PoW. Este rasgo deflacionista ha cimentado las expectativas de escasez de ETH en el mercado.
A fines de 2023, tras estos profundos cambios, tanto el rendimiento de la mainnet de Ethereum como sus mecanismos económicos habían mejorado. Pero surgieron retos nuevos. Para rebajar costes y potenciar el crecimiento de los rollups, Ethereum implantó la actualización “Dencun” (Deneb + Cancun) en marzo de 2024, introduciendo la EIP-4844 o Proto-Danksharding. Gracias a esta innovación, los rollups pueden enviar “data blobs”—almacenamiento temporal y de bajo coste para agrupar transacciones de capa 2. El resultado: tarifas mucho más bajas para que las L2 publiquen datos en la mainnet. El éxito de Dencun supuso una caída considerable de los costes de los rollups y acercó el ordenador mundial un paso más al sharding total.
Diez años después, el ordenador mundial ha pasado de ser un concepto teórico a convertirse en un pilar insustituible de la economía digital.
Pero, tras la actividad de los nodos, surgen nuevos desafíos silenciosos…
Al llegar a 2024–2025, Ethereum afronta de lleno las dificultades propias de una tecnología en evolución.
El giro de Ethereum hacia una hoja de ruta centrada en los rollups ha aliviado la congestión de la mainnet, pero una parte significativa de la actividad y el valor permanece únicamente en las L2, sin volver a la red principal. Un informe de Standard Chartered Bank a principios de 2025 lo resumía sin rodeos: el auge de las L2 está erosionando la capacidad de la mainnet para captar valor, estimando que solo la L2 Base de Coinbase “había detraído” unos 50.000 millones de dólares de la capitalización de mercado del ecosistema de Ethereum.
El flujo de transacciones y aplicaciones que antes ocurría sobre la mainnet ahora se realiza en L2 más baratas, reduciendo los ingresos por comisiones y la actividad en cadena. Esta tendencia se acentuó tras la actualización Dencun: la EIP-4844 rebajó drásticamente los costes para que los rollups almacenen datos en la capa base, incentivando aún más la ejecución en L2. En los últimos años, rollups como Arbitrum y Optimism han llegado a igualar—o incluso superar—el volumen de transacciones diarias en la mainnet, ejemplificando la realidad de la “ejecución externalizada” para Ethereum.
En otras palabras, las partes del ordenador mundial operan de forma eficiente fuera, mientras la capacidad de la mainnet para retener valor se ve menguada.
Los problemas históricos de Ethereum con las comisiones y el rendimiento han dejado espacio a competidores que garantizan mayor velocidad y menores costes.
Solana, ideada para ofrecer gran rendimiento, ha captado una comunidad desarrolladora muy amplia: la mayoría de los nuevos proyectos y meme coins de este ciclo alcista nacen allí. En el ámbito de las stablecoins, las comisiones casi nulas de Tron le han permitido gestionar enormes volúmenes de emisión y transferencia de USDT, con más de 80.000 millones de USDT en circulación—superando a Ethereum y convirtiendo a Tron en la red de stablecoins más grande y de mayor rotación del mundo. Esto implica que Ethereum ha perdido una parte crítica del sector.
BNB Smart Chain y otras blockchains públicas han ganado terreno en el sector GameFi y en el trading de altcoins. Aunque Ethereum sigue liderando en protocolos DeFi y TVL (con un 56 % del sector a julio de 2025), es evidente que su hegemonía ha caído en el actual entorno multichain.
El paso a PoS ha despertado inquietudes sobre la centralización en el staking. Para ser validador es necesario disponer de 32 ETH, lo que empuja a muchos usuarios a pools de staking o a exchanges centralizados, concentrando el poder en unos pocos actores. El mayor pool descentralizado, Lido, llegó a superar el 32 % del mercado. Aunque su cuota cayó hasta el 25 % con la llegada de nuevos competidores, sigue muy por delante de Binance (8,3 %) y Coinbase (6,9 %). La inquietud persiste: si alguna entidad rebasa un tercio del peso de validación, podría poner en riesgo la descentralización y la seguridad de la red.
Vitalik ha defendido limitar la cuota de cualquier validador por debajo del 15 %, vía mecanismos de comisiones. No obstante, en una votación de gobernanza de Lido en 2022, la propuesta de auto-restricción fue rechazada por más del 99 %. Según Dune Analytics, Ethereum cuenta ahora con más de 1,12 millones de validadores y más de 36,11 millones de ETH en staking—aproximadamente el 29,17 % de la oferta total. Conciliar la seguridad con una mayor diversidad entre los participantes sigue siendo una cuestión por resolver.
La escasa transparencia de la Ethereum Foundation en cuanto a la financiación del ecosistema y la gestión de la tesorería lleva años siendo motivo de polémica. La comunidad ha cuestionado con frecuencia ventas voluminosas de ETH sin explicación suficiente y algunos desarrolladores veteranos consideran que la actitud pasiva de la Fundación ha fomentado la fragmentación y la confusión, dificultando la gobernanza eficaz.
Por otro lado, las voces de referencia como Vitalik y otros desarrolladores clave, aunque aún muy influyentes, han evitado pronunciarse sobre decisiones estratégicas esenciales—prefiriendo no influir en el mercado ni intervenir en debates de gobernanza. Este retraimiento ha ido creando un vacío: poco consenso, escasos responsables directos y falta de impulso para nuevas propuestas. El espacio público para el debate se ha reducido y las decisiones estratégicas y técnicas se toman cada vez más entre bastidores.
Sin liderazgo claro, el ordenador mundial sigue funcionando—pero parece haber perdido rumbo.
Si Ethereum aspira a convertirse en el ordenador mundial, su valor debe ir mucho más allá de ofrecer cómputo y seguridad en la capa base. Su mayor potencial está en atraer la próxima ola de aplicaciones innovadoras y generalistas, que amplíen lo posible y conquisten nuevos desarrolladores y usuarios.
Pero tras diez años, solo DeFi y los NFT han logrado un reconocimiento real y masivo. Fuera de eso, la capa de aplicaciones se ha quedado casi en blanco.
Categorías prometedoras—social, gaming, identidad, DAOs—aún no han generado productos disruptivos o populares a la altura de DeFi y los NFT.
Las apps sociales Web3 como Friend.tech y Lens alcanzaron notoriedad fugaz, pero carecieron de retención; los juegos on-chain generaron expectación pero, en la práctica, no salieron de pruebas simples de economía de tokens, sin dar el salto a gran escala; la identidad descentralizada y la gobernanza DAO siguen limitándose a experimentos técnicos y pilotos de nicho.
Los datos on-chain lo corroboran. En julio de 2025, la quema diaria de ETH bajó de 50 unidades, un mínimo histórico—muy lejos de las más de 1.000 unidades diarias destruidas en la euforia de 2021.
En ese periodo, el promedio semanal de direcciones activas rondaba las 566.000, sin superar los picos de marzo de 2024; las nuevas direcciones diarias se situaban en torno a 120.000, y las transacciones mensuales en cadena oscilaban entre 35 y 40 millones.
Para una red que se define como el ordenador mundial, esto denota la ausencia de la chispa que impulse una nueva ola de aplicaciones populares.
Pese a contar con la comunidad de desarrolladores más grande del sector y una sólida base técnica, Ethereum sigue sin dar con esa “killer app” capaz de atraer a decenas de millones de usuarios y transformar la experiencia digital. Diez años después, Ethereum se mantiene fuerte—pero continúa buscando su propósito clave.
Esta parálisis también se refleja en el mercado. Tras alcanzar casi 4.900 dólares en noviembre de 2021, ETH no ha registrado nuevos máximos en los años siguientes. Incluso mejoras de calado como The Merge y las reformas de tarifas apenas han generado subidas puntuales. Entre 2022 y 2024, el precio de ETH se ha quedado rezagado respecto a Bitcoin, Solana o incluso BNB. En 2025, mientras otros activos cripto baten récords, ETH ronda los 3.000 dólares y el ratio ETH/BTC cae por debajo de 0,02 en abril—el mínimo en varios años. ETH, considerado durante años el motor de la innovación en smart contracts, está perdiendo su atractivo como generador de riqueza.
Recientemente, asignaciones estratégicas de empresas cotizadas e instituciones han dado cierto respaldo al precio de ETH. Compañías como Sharplink Gaming y BitMine han puesto en marcha estrategias de tesorería con bonos convertibles, acciones preferentes u ofertas a mercado, destinando recursos a la acumulación de ETH. Frente a Bitcoin, ETH ofrece rendimientos derivados del staking y el restaking, lo que lo convierte en un activo digital “con retorno” atractivo para tesorerías corporativas. En pocas semanas, ETH volvió a superar los 3.600 dólares.
No obstante, algunos analistas sostienen que este rebote es más fruto de una asignación activa de capital que del crecimiento orgánico del ecosistema en cadena; la subida del precio se explicaría por la búsqueda de rentabilidad a corto plazo, no por innovación o adopción creciente de usuarios.
El avance tecnológico y la entrada institucional, por sí solas, no bastan para desencadenar las nuevas aplicaciones capaces de modificar las pautas de uso y generar demanda real.
A los diez años, Ethereum sigue sin responder a la pregunta esencial: ¿qué aplicaciones debe albergar el ordenador mundial para volver a despertar la imaginación global?
Bajo la presión de la madurez, la resiliencia de Ethereum dependerá de su capacidad para abrir nuevas fronteras tecnológicas y de crecimiento en el ecosistema.
La comunidad ya ha trazado la hoja de ruta tecnológica tras The Merge.
En su ensayo “Ethereum’s Possible Futures: The Surge”, Vitalik expuso el objetivo central: elevar la capacidad conjunta de Ethereum (L1 + L2) hasta 100.000 transacciones por segundo, preservando la descentralización y la resiliencia de la L1. La meta es que las L2 clave conserven los valores fundamentales de Ethereum—confianza, apertura, resistencia a la censura—y lograr una experiencia de usuario sin fricciones donde las transferencias, movimientos de fondos y cambios entre aplicaciones L1/L2 sean tan sencillos como en una única cadena.
La EIP-4844, lanzada en 2024, es apenas el primer paso. Mejoras como el muestreo y la compresión de datos aguardan en el horizonte.
Cuando las pruebas de conocimiento cero (ZK-SNARKs, ZK-STARKs) maduren, se eliminarán los cuellos de botella de rendimiento y los usuarios que migraron a otras cadenas o L2 podrán volver.
No se trata solo de cuestiones técnicas: Ethereum explora cómo hacer que su red principal siga captando valor.
En julio de 2025, la Ethereum Foundation puso en marcha una profunda reforma bajo el título “El Futuro del Desarrollo del Ecosistema”, con el objetivo de dotarse de mayor liderazgo y dirección. La Fundación ha fijado dos metas claves a largo plazo: 1) maximizar el número de personas que directa o indirectamente usen Ethereum y se beneficien de sus valores principales, y 2) reforzar la resiliencia tanto de la infraestructura técnica como de la social.
Para ello, la Fundación se ha reorganizado en torno a cuatro pilares: aceleración, amplificación, apoyo y habilitación a largo plazo; ha creado equipos nuevos para relaciones institucionales, crecimiento de desarrolladores, apoyo a aplicaciones y founders, y ha potenciado la comunicación y los contenidos para fortalecer la cohesión comunitaria.
La Fundación promete más transparencia, financiación pública más eficiente, un Launchpad para apoyar la gobernanza y la gestión sostenible, reducción de gastos y una reserva presupuestaria para unos 2,5 años.
Estas medidas se perciben como una respuesta contundente a la crítica de “laissez-faire” y una apuesta estratégica para la próxima década.
El debate en la comunidad explora también enfoques novedosos: ¿puede canalizarse parte del valor generado por el auge de las L2 de vuelta a la mainnet? ¿Podrían ajustes en las comisiones o el reparto del MEV permitir que la capa base participe en el crecimiento de la era de los rollups? Aunque todavía son propuestas exploratorias, reflejan la inquietud generalizada: sin adaptación, la mainnet corre el riesgo de quedarse como mera capa de liquidación, viendo su valor y dinamismo diluirse poco a poco.
Ni la tecnología ni el capital son suficientes por sí solos.
Todas las grandes etapas de Ethereum estuvieron impulsadas por nuevas aplicaciones y relatos. Hoy, el sector blockchain en su conjunto atraviesa una auténtica pausa creativa, sin encontrar un nuevo fenómeno disruptivo.
Tal vez el propio mundo blockchain deba reinventarse, generando nuevos relatos y aplicaciones en ámbitos como social, identidad, IA y más. Algunos sostienen que el próximo gran salto podría surgir incluso fuera del ecosistema cripto.
En su ponencia “La próxima década de Ethereum”, Vitalik instó a los desarrolladores a mirar más allá de copiar Web2—y a construir para nuevos formatos de interacción: wearables, realidad aumentada, interfaces cerebro-ordenador o IA local, integrados en el diseño Web3.
Mirando atrás, Ethereum sigue siendo la mayor comunidad de desarrolladores, con el ecosistema de aplicaciones más rico y solidez técnica de sobra. Pero hoy se enfrenta a una encrucijada—entre cuellos de botella y nuevas oportunidades.
Como afirma Vitalik: “La última década de Ethereum se centró en la teoría. La próxima década debe centrarse en el impacto.” La próxima generación de aplicaciones debe aportar utilidad real y valores compartidos—y ser tan accesibles que conquisten incluso a quienes jamás usaron cripto.
El ordenador mundial atraviesa ahora la crisis de la madurez. No ha dejado de funcionar—simplemente hace una pausa para encontrar su nuevo rumbo.
La próxima década será de Ethereum—y de todos los que aún creen en su potencial.
Como también señala Vitalik, “Cualquiera que dé un paso al frente en la comunidad de Ethereum puede contribuir a construir el futuro que compartiremos.”